lunes, 30 de abril de 2007

Mi paso por la educacion publica

Mi paso por la educación pública

Las fotografías son del columnista de esta nota, cuando cursaba sus estudios secundarios, en 1972.
Se convirtieron en la añoranza nacional, en la utopía: liceos de excelencia para menguar la distancia abismante en calidad con los colegios privados. En esta crónica, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt rememora su paso, como estudiante, por las aulas de dos escuelas públicas de Washington, una de las cuales también acogió a Michelle Bachelet. El modelo educacional estadounidense es uno de los citados, por estos días, para replicar en Chile.
Por Alfredo Jocelyn-Holt



Tuve la suerte y el lujo de ser formado, durante mi etapa secundaria, en excelentes escuelas públicas pertenecientes a uno de los sistemas educacionales más selectos de los EE.UU., si es que no del mundo. Ello, gracias a que mi familia, en las décadas de 1960 y 70, vivía en uno de los condados suburbanos más conspicuos y afluentes del estado de Maryland próximo a Washington D.C.
Una experiencia excepcional, propia del país y de la capital más poderosa del globo. Nada que ver con lo que entonces, hoy o en el futuro cercano, uno pueda imaginar en Chile. Así y todo, una experiencia que demuestra que una óptima educación pública es posible debido a la alta solvencia económica de sus residentes locales, aunque tanto más crucial sea el compromiso comunitario que anima a institucionalidades ejemplares como ésta.
Parques, casas y colegios
Felipe Herrera, el fundador del BID, solía decir que Washington no era una ciudad cualquiera con casas y jardines sino más bien toda ella era un solo parque gigante con residencias, muchas espléndidas, sin muros o rejas divisorias, esparcidas en medio de bosques y plácidas lomas. Un paisaje como de película, donde uno suele ver a alguien cortando o regando el pasto, recogiendo hojas, barriendo la nieve, yendo a las distintas iglesias locales, a sus numerosos clubes de golf o comprando en los sectores comerciales debidamente delimitados.
Por cierto, la imagen corresponde a las afueras de la ciudad, donde todavía hoy reside la plana alta del gobierno federal, sus profesionales de carrera, los políticos del Congreso, diplomáticos y funcionarios internacionales; en suma, uno de los núcleos burocráticos más capacitados concebibles, acostumbrado a un tren de vida algo aburrido aunque cosmopolita, que goza de muy altos ingresos, trabaja religiosamente de 9 a 5 (ni un minuto más) y cuya principal tarea es hacer funcionar y resguardar los intereses del imperio americano y sus aliados.
Fue allí, en los barrios de Bethesda y Chevy Chase, donde viví y me eduqué entre 1967 y 1973. Mis primeros tres años de secundaria los llevé a cabo en el Western Junior High School (hoy Westland Middle School), donde también asistió Michelle Bachelet. Los cuatro últimos en el Bethesda-Chevy Chase High School (B-CC), ambos colegios del Montgomery County Public School System. Liceos, por supuesto, en los que no hay que pagar si se es residente del condado, y al ser de tan alta calidad, son preferidos por los exigentes apoderados, pasando por encima las ofertas de colegios privados y religiosos de la zona.
Estamos hablando de un sistema que actualmente suma en casi US$ 12.500 anuales la inversión por alumno, cifra bastante más alta que lo que yo pago en este momento por mi hija en el Grange. Cálculo que, sin embargo, abarca a 199 establecimientos primarios, secundarios y especiales; en total unos 138 mil alumnos en la actualidad, que equivaldrían a más de ochenta Grange, claro que en un condado de sólo un millón de habitantes y en el cual uno de cada siete residentes participa del sistema público. A lo cual habría que agregar un equipo de 11 mil docentes, 80% de los cuales poseen el grado de máster en sus respectivas disciplinas y que logra que el 91% de estudiantes egrese exitosamente de sus aulas.
No es de extrañar, por tanto, que en su declaración de intenciones los directivos del sistema aseguren que la educación que ellos proveen es de nivel mundial (world class). De hecho, en 1960, B-CC High School fue evaluado como el mejor colegio de los EE.UU. por la revista "Time", y en mi época, todavía figuraba entre los 10 mejores. Según cifras recientes, más del 10% de sus graduados ingresa a las 25 más prestigiosas instituciones universitarias norteamericanas, el 75% son aceptados por colleges de cuatro años y el 20% por colleges de dos años.
Se trata de colegios, además, que individualmente pueden llegar a poseer bibliotecas de hasta 20 mil volúmenes (la mitad de lo que disponía hace unos años la Universidad de los Andes), amén de disponer -como en el caso de mi High School- de dos gimnasios, un auditorio para 900 personas, varias canchas deportivas, estudios de televisión cerrada, salas de música, entre otros. Si a ello le añadimos que, en la actualidad, B-CC atiende a alumnos de diversos grupos étnicos (según las categorías del colegio, 64% blancos, 16% afroamericanos, 14% hispánicos y 6% asiáticos), y de 55 nacionalidades extranjeras, uno puede comenzar a vislumbrar de qué tipo de establecimientos y variedad cultural se trata.
Apuesta a la excelencia
Guarismos como los anteriores, aunque impresionantes, no terminan por retratar fielmente una educación de tan alta calidad. Lo que no me deja de impresionar es que hayan sido instituciones públicas tan buenas o mejores que los establecimientos pagados. Colegios privados existían, pero salvo un solo caso de un amigo de barrio, no conocí a nadie más que asistiera a aquéllos. Presumo, al igual que mis padres en su momento, que ni en gasto ni en resultados se justificaba elegir esa otra opción. Mi amigo, en cambio, era británico-portugués y su familia acostumbraba a enviar a sus hijos a boarding schools (internados no mixtos). En efecto, una vez egresado de B-CC y estudiando en la universidad de Johns Hopkins (la vigesimotercera mejor universidad del mundo, según el Times Higher Education Supplement), tampoco conocí a muchos otros alumnos provenientes de colegios privados, lo cual me confirmó que una educación pública de tan alto nivel no era una excepción sólo de Washington.
En mi caso, fuera de llegar a aprender y dominar el inglés -que hasta entonces desconocía-, mis dos colegios norteamericanos me permitieron desarrollarme intelectual y personalmente como no lo habría logrado, quizás, en Chile. Tuve acceso a bibliotecas del plantel y del barrio que todavía añoro cuando me falta algún libro o dato esquivo. Aprendí en mis clases de literatura e historia a redactar ensayos razonados, informados y con bibliografías y pies de páginas, sin falta alguna (un error de sintaxis u ortográfico bajaba un punto la nota), gracias a lo cual, treinta y tantos años después me gano la vida redactando artículos periódicos como en esta ocasión. Cuando llegué a la universidad -una experiencia aún más competitiva que la del colegio- no sentí angustia alguna; me propuse y logré estar entre el 5% mejor de mi promoción; de hecho, al tercer año ya se me había promovido a un máster de dos años en conjunto con la licenciatura.
En verdad extraordinario. En el auditorio del colegio escuché al poeta Allen Ginsberg y a George McGovern, el candidato presidencial de 1972 contra Nixon. Tuve ocasión de conocer y conversar con numerosas personalidades que figuraban en los medios y presencié al primer equipo de ping-pong de la China comunista que visitara el país. Estando en el colegio, viví una de las épocas más agitadas y radicalizadas en uno de los lugares más claves de aquel momento -las marchas contra la guerra del Vietnam y a favor de la lucha por los derechos civiles de las minorías raciales, el despertar de la juventud sesentista, el feminismo, el hippismo y toda suerte de experimentaciones vivenciales-, sin embargo, nunca vi ni probé droga alguna. Leíamos en clase a T. S. Eliot, a Ezra Pound, a los "beatniks" y discutíamos todos los temas entonces candentes con la más absoluta libertad y sin censura. Con todo, nunca me dejé el pelo largo ni tampoco lo tenían la mayoría de mis compañeros y eso que se nos permitía asistir sin uniforme y no existía código de vestimenta obligatorio. No recuerdo haber presenciado ningún incidente disciplinario, ninguna pelea ni siquiera empujones en los patios en los siete años que cursé la secundaria. No fui nunca a un concierto rock ni tampoco tuve conciencia de que una sexualidad precoz podía estar entre las alternativas posibles, aun cuando, siendo mixto el colegio, se formaban parejas y se manifestaban afectos en público con una naturalidad sana, sin mofas o culpas.
Ahora que lo pienso, en retrospectiva, la permisividad creciente que se vivía no alcanzaba a mermar el todavía fuerte conservadurismo tolerante y seguro de sí mismo que sustentaba a este tipo de colegios públicos. Washington y sus suburbios más afluentes seguían siendo los de una ciudad sureña tradicional, abierta sin embargo a cambios cada vez más radicales, integrados a la agenda social de los gobiernos demócratas (liberals) de aquella época. De ahí que el entorno, la comunidad, fuese una curiosa mezcla de señores vestidos de impecable fome gris que confiaban plenamente en la alta profesionalidad de las autoridades educacionales con tal de que sus hijos recibieran la mejor enseñanza posible y llegaran a ser igualmente responsables, fomes y "progresistas" que sus padres. Era tal la confianza que no recuerdo que mis propios padres tuviesen que asistir a ninguna reunión de apoderados, ni supieran mucho de mi rendimiento académico y si estaba o no yo contento. Me sabían responsable y motivado y que estaba en las mejores manos. Punto.
Mi colegio era un edificio, en aquel entonces, como todo el barrio de Chevy Chase, colonial americano en estilo, sin rejas ni guardias, bien cuidado, imponente, serio, competente, sin vivas ni aspavientos, salvo para las contiendas deportivas a las que, por supuesto, nunca fui y nadie me reprochó por ello. Con un soporte humano e inmobiliario de primer nivel, abierto a quien viviera en la zona y requiriera que sus hijos se educaran sin miedo a los cambios ni a las nuevas ideas que entraban y salían por sus puertas. Un colegio plural, sin fines de lucro ni definiciones religiosas, sin temor al conocimiento ni al pensamiento. En definitiva, todo un orgullo nacional para la comunidad rica y tolerante que lo levantó y ha seguido financiando y apoyándolo, y del que, por supuesto, me siento todavía parte aunque nunca haya vuelto a pisar el lugar ni espero hacerlo. En fin, un colegio que me despertó respeto y admiración sin sentimentalismos.
Artículo Nº 2


“Mi paso por la educación pública”


Por Alfredo Jocelyn-Holt
Revista “Que pasa” del 21 de abril 2007.-


Basándome en este artículo, la experiencia de Jocelyn-Holt, y como lo manifiesta tuvo la oportunidad de poder ir a un colegio en Washington, por la formación que tenían sus padres, pero lo más sorprendente de todo es recalcar muy bien haber asistido a un colegio público con muchas bondades, las cuales no encontramos aquí.

Creo que estamos muy lejos de tener un colegio como los que él describe, pues, que desde años se ha tratado de mejorar la educación pública y no se ha podido, la formación, infraestructura, pero aún no se puede llegar a un consenso publico para mejorar nuestra educación, primero porque las autoridades educacionales no se han colocado de acuerdo, los políticos tampoco y lo que no nos ha dejado de sorprender que nuestros estudiantes han alzado sus propios términos, teniendo bastante incidencia, en la voz y voto, ya no se conforman con que las autoridades digan “lo vamos a conversar”. Los estudiantes quieren hechos y realidades.

Pero, a mi parecer hay algo mucho mas de fondo; que es el pensamiento, las creencias y las tendencias del chileno, pues no es fácil tener un colegio fiscal con las mejor tecnologías, los mejores profesores, los mejores establecimientos a nivel de instalaciones, si no aniquilamos de una vez y para siempre las cosas negativas de nuestra cultura, si no cambiamos nuestro pensamiento que muchas veces bordea la mediocridad y la conformidad, ya que ni siquiera somos capaces de cuidar un libro cuando nos ha sido prestado, entonces, como podemos creer que vamos a cuidar un colegio que no nos cuesta ni un peso por estudiar ahí, es por eso que decimos, “que las cosas que mas nos cuestan son las que mas valoramos”¿Pero, realmente es así?,

Seria maravilloso poder tener colegios de esa envergadura, donde nuestros niños estuvieran recibiendo la mejor instrucción donde no se les margine y a su vez nosotros como padres estaríamos tranquilos sabiendo que los niños tendrían un mejor futuro, y de hecho, Chile seria muy diferente.



Cuando me siento a pensar acerca de la educación de mis hijos siempre mi bolsillo se tambalea y en mi cabeza los números comienzan a formar una ensalada de cuentas para poder encasillar correctamente cada peso, para que nos pueda alcanzar durante cada mes, ¿Cuántas familias de chile cada día no viven esta odisea?, pero también me pongo a pensar que existen familia que ni siquiera les alcanza para poder comprar el pan, y menos darse el placer de buscar la educación que quieren para sus niños, entonces la educación queda en manos del gobierno.

Que paradigmática es la apreciación de este periodista que me hace buscar un culpable y envidiar la educación pública de gringolandia, o el país del sueño americano que los propios países tercer mundista hemos ensalzado, ¡ay mi chile! si la solución la tenemos los miembros del estado cada uno de nosotros, desde el pobre al rico, del culto al ignorante, ahora no necesito ir al norte de América para darme cuenta que necesito ambición de aprender, de crear, de desarrollar, de buscar un objetivo claro, definido, al final todo caerá por su propio peso y el día de mañana los chilenos no iremos a buscar conocimientos, copiar cultura, buscar economía y desarrollar nuestro intelecto fuera de las fronteras chilenas y no me extrañaría tener a un compañero en la aula publica a un joven de la tierra del tío SAM o de otro lugar del globo por ser una de las educaciones de excelencias que existe en el planeta.
Finalmente no puedo dejar de obviar un ejemplo tácito, de lo que realmente ocurre hoy día con los destino de nuestra educación y como un ente tan fundamental e importante como el gobierno no convence ni en su minoría a una oposición que siempre tiene los ojos puestos en las caídas de su rival político.

Artículo del Mercurio online con fecha domingo 15 de abril de 2007”
“UDI exige al gobierno retirar proyecto de ley que reemplaza a la LOCE”

SANTIAGO.- "El Gobierno debe retirar el proyecto que modifica la ley constitucional de enseñanza, porque es un mal proyecto y porque no resuelve ni se preocupa de lo que en realidad funciona mal, que es la educación pública, la gran olvidada de esta iniciativa”, señaló hoy el presidente de la UDI, Hernán Larraín, fijando así la postura definitiva de su colectividad.


Cuando por fin nos podremos unir para trabajar en conjunto dejando la ambición de poder, politiquería barata unidas a revanchas sin fundamentos, para forjar y trazar de una vez y para siempre los camino y destino de nuestra educación, en donde cada uno de nosotros se haga parte activa de lo que realmente estamos buscando para nuestros hijos, basada en nuestra propia identidad de chileno.
Cuando por fin nos daremos cuenta que existe una clase social que agoniza que exige hacia aquellos que les toca gobernar un verdadero compromiso social y económico con la educación de nuestros hijos que nacieron bajo la invalides de recursos y que no tiene porque cargar la lacra social que nos destruye cada día en este Chile que es la pobreza.
Cuando por fin levantaremos a nuestros hijos en el seno materno, motivándolos hacia un mañana mejor sin tantas bayas que saltar. ¡Cuando….!





Jeannette Cisternas Reyes
Alumna de Pedagogía de Inglés
Universidad de Playa Ancha

sábado, 7 de abril de 2007

Primer articulo de Filosofia


Telmo MeléndezEditor de ciencia y sociedad
Nota 7 para los estudiantes secundarios, que dieron una lección a las autoridades del Ministerio de Educación y a la clase política.
N° 3.296 del 19 de junio al 2 de julio del 2006
A comienzos de los años 60, la educación en Chile estaba en crisis. Para qué decir del área de las “humanidades” –cursos de primero a sexto, cuya etapa superior (tercero, cuarto, quinto y sexto) ahora equivale del primero al cuarto de enseñanza media–, en la que centenares de alumnos resultaban reprobados, aunque aquellos que aprovechaban las virtudes del programa educacional podían acceder a las universidades, la privilegiada y única meta de los estudiantes de entonces.
Y la enseñanza era gratuita, financiada por el Estado, para dar oportunidad a todos los jóvenes chilenos –en teoría– para prepararse adecuadamente y, al tiempo que accedían a un mejor futuro, entregar un aporte positivo al desarrollo del país. En la educación secundaria y en la universitaria bastaba con cancelar una matrícula anual de mínimo monto –nada de mensualidades inalcanzables para una familia– para abrir las puertas a los estudios superiores. Por supuesto, miles de niños de estratos de menores recursos no podrían nunca acceder a la universidad por la incuestionable debilidad socio-cultural y económica, que los dejaba fuera de competencia, pese a sus talentos.
La universidad era el éxito total. Social, económico y cultural.
Entonces, en 1965, se instauró una reforma que provocó los cambios cuyas consecuencias se observan hoy día. Había que ayudar a esos niños menos capacitados por sus carencias socio-culturales (y no hablemos de la situación económica de sus padres), para que también llegaran a la ansiada universidad.
Una reforma de profesionales –sicólogos, sociólogos, pedagogos, políticos– que levantaron como bandera de lucha la palabra “problemática”, aplicada a la educación (y que después, puesta de moda, dio para todo), iba a introducir profundísimos cambios en los programas de enseñanza.
Con Allende, el concepto de “universidad para todos” llegó a su cenit. Nadie discutió entonces que más que médicos, abogados, ingenieros, sicólogos o sociólogos –que abundaban– un país necesitaba técnicos expertos, obreros especializados y verdaderos maestros para realizar las obras planificadas por aquellos profesionales.
La reforma del Gobierno de Frei Montalva en 1965 puso al alumno en el trono de rey del aula, y muy por encima del profesor. No se le podía reprobar en ningún ramo, calificar su conducta o urbanidad ni ponerle malas notas, lo que –terrible– afectaba su autoestima. Desde entonces se desestimó el aprendizaje integral del lenguaje y las matemáticas –y la historia de Chile y la universal, la literatura, la geografía, la filosofía–.
De esa reforma provienen algunos profesionales que no saben redactar y menos comprender la lectura de textos vitales para su trabajo. De allí viene la mediocridad que las universidades deben superar en su primer año –no siempre con éxito–, entregándoles a sus estudiantes las bases de una carrera que la educación media no les dió.
Lo más grave, de esa reforma salieron los profesores que hoy enseñan pedagogía. Como lo dijo el educador Hugo Montes, hoy deben proponerse contenidos obligatorios mínimos y modificar la forma en que se imparte la educación en el colegio. “Los alumnos no se sienten exigidos y los profesores están amparados por su Estatuto Docente”. Se abolió la disciplina y el incentivo de hacer las cosas bien.
Al margen de las necesidades físicas en cuanto a edificios e instrumental de enseñanza –incluida la Internet y otros medios audiovisuales–, como él señala, la solución está, primordialmente, en mejorar la formación de los profesores. “Falta amor por la educación, falta entusiasmar a los niños”, ha dicho. Y fue un error –cuyas consecuencias vivimos hoy– eliminar las escuelas normales y el Instituto Pedagógico, que preparaban a jóvenes con la vocación de enseñar. Nota 7 para los estudiantes secundarios, que dieron una lección a las autoridades del Ministerio de Educación, a éste y los gobiernos de los últimos 40 años, y a los políticos que jamás se preocuparon de cómo se estaban preparando los hombres y mujeres que en el futuro inmediato deberán conducir este país llamado Chile.
¿Qué pensarán hoy día, en lo profundo de sus conciencias, los gladiadores de la “problemática” que en 1965 destruyeron la enseñanza en Chile?
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“MI PERCEPCIÓN”

Autor: Jeannette Cisternas Reyes
Tema: Comentario del artículo de Revista” Que pasa”, Nº 3.296 del 19 de junio al 2 de julio del 2006, “La problemática de la educación” escrito por el Sr. Telmo Meléndez, Editor de ciencia y sociedad



De manera sorprendente e inimaginable este editor de ciencia y sociedad de la prestigiosa revista nacional “Que Pasa” nos hace viajar por las penumbras de nuestra educación, desnudando paso a paso el porqué de una educación empobrecida y minusválida, que despliega la bandera de profesionales del futuro de una nación.

Es sin lugar a duda que uno se pone a pensar que habrá pasado por la mente de aquellos que tuvieron las riendas de la educación en los años sesenta que no pensaron en la inyección de la calidad, que debieron colocar con urgencia en sus reformas educacionales. Pero, no cabe la desconfianza que estaban llenos de buenas intenciones, enfocados en un compromiso socio igualitario, en donde se contara con un acceder fácil a la educación superior, sin mayores coyunturas económicas y culturales en donde solo se pudiera deslumbrar aquellos talentos innatos de cada nuevo estudiante.
Al trastocar el revolucionario llamado social con que cientos de jóvenes de nuestra secundaria se abalanzaron sobre pensamientos políticos de décadas, dejando claro que estamos frente a un fenómeno que nos hace sonar la alarma de nuestras conciencias y preguntar ¿que pasa? con el modo, el tipo y la calidad de nuestra educación, que nuestra educación se vea con respeto y no con la chacota de aquellos profesionales de la educación, que fueron arrastrados por los males perjudiciales de buena intencionalidad del gobierno de Freí Montalva en donde los alumnos estaban sobre el profesional.
Cuando escucho que el remedio es más grave que la enfermedad catalogo a esta educación chilena moderna, con mas problemas que cuando se quiso conseguir la igualdad, dejando el nacimiento a nuevas problemáticas sociales, que se deja ver claramente en este artículo, dejando de manifiesto la sobre población de profesionales y la falta de técnicos universitarios, olvidando que lo que se sacaría al mundo era gente capaz de fusionar en diferentes aristas laborales para el desarrollo y prosperidad de una nación que busca el progreso y no la irresponsabilidad de sacar profesionales como se obtienen dulces de una fabrica.

El costo ha sido caro y lo seguirá siendo y que bien lo saben las universidades que han tenido que llevar una carga extra de conocimiento para poder nivelar a sus alumnos y no dejar desvalidos a aquellos que no tuvieron la culpa de tener mala educación.

Hoy el compromiso es de todos, y bien lo dejaron notar nuestros jóvenes hace muy poco, dejándonos desnudos frente a frente con la falta de ética, negligencias y mediocridad que envuelve algunos profesionales de nuestra sociedad chilena, colocando de una vez por todas las artes y ciencias del lenguaje, matemáticas, literatura, geografía, filosofía e historia de chile y universal en el sitial que les corresponde, dejando descansar en paz a los mentores de las artes y las ciencias y que no se muevan mas de sus tumbas cada vez que se comete alguna aberración profesional en este país llamado Chile.

Quintero; 07 de abril de 2007